El Imalazo emigra a Culiacán, crece y busca expandirse por todo México

Como la mítica ave Fénix, El Imalazo resurge de las cenizas que dejan las brasas en la hornilla donde se calientan tortillas de nixtamal hechas a mano y levanta el vuelo. Atrás queda Imala; vuela sobre las montañas para llegar a Culiacán con todos los colores, olores y sabores del rancho.

“Nos trajimos un pedacito de Imala”, dice el restaurantero Alfredo Verdugo, ranchero de hablar directo, propio de la sierra, siempre acompañado de su característica barba cerrada.

Sentado casi a la entrada del restaurante El Imalazo, cuenta la historia de ese resurgimiento: de cuando ya no vendían ni un solo platillo en su comunidad, de la que es originario y de la que tomó el nombre para su negocio.

El restaurante nació en Imala en febrero de 2021, en plena pandemia de COVID-19, cuando olfatearon una oportunidad en el sazón de su madre, quien nueve años atrás había tenido un restaurante que decidió cerrar por cuestiones familiares.

“Nos animamos a abrir en pandemia”, recuerda Alfredo, “y desde el primer día tuvimos mucha aceptación de la gente de Culiacán que visitaba el pueblo. Iniciamos con capacidad para 30 personas y fuimos incrementando semana tras semana, diez lugares más, hasta llegar a atender a 300 personas al mismo tiempo. Nunca era suficiente, siempre había lista de espera”.

Confiesa que ni él ni sus hermanas tenían experiencia previa en el ramo restaurantero.

“Todo lo hicimos a puro esfuerzo”.

Desde el inicio se enfocaron en mantener un restaurante 100 por ciento ranchero: preparar el nixtamal, moler el maíz, hacer las tortillas a mano y calentarlas en el comal. Lo mismo con las tortillas de harina: todo artesanal.

En el menú incluyeron frijoles guisados con manteca de puerco; machaca, chorizo y chilorio elaborados ahí mismo en Imala; y asadera siempre fresca.

Uno de los platillos estrella es el menudo, preparado con la receta de su madre: ingredientes frescos cocinados a fuego lento, sobre brasas durante toda la noche.

“No está hecho a bravazo. La verdad es que se come bien a gusto, y ahorita la gente lo pide muchísimo”.

También destacan los chilaquiles suizos, elaborados con chile morrón tatemado, y los tamales de elote.

“Nosotros los elaboramos; no llevan ningún corte, son de puro elote, dulcecitos”.

Pero, como dice la canción, todo acaba. Llegó un momento en que la gente dejó de visitar Imala y El Imalazo, al igual que otros restaurantes de la zona, dejó de recibir clientes. Para intentar mantenerse, comenzaron a recortar personal.

Si Culiacán no va a Imala, Imala va a Culiacán

Ante la situación, Alfredo y su familia retomaron la conocida frase:
“Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña”.

Si la gente ya no acudía a Imala, entonces decidieron llevar un pedacito de Imala a Culiacán. Argumentaron que, si muchos hacían cerca de 40 minutos de camino hasta el pueblo, ahora aceptarían disfrutar de sus sabores dentro de la ciudad.

Así, el 30 de noviembre de 2024, abrieron El Imalazo en Culiacán. Colocaron la hornilla cerca de las mesas para que los comensales pudieran observar a una señora haciendo malabares con las tortillas antes de llevarlas al comal, como en los días de Imala.

Las instalaciones mantienen el estilo original: un espacio colorido, con techo de carrizo para mitigar el calor.

«Aquí iniciamos con capacidad para 100 personas y ahorita ya tenemos espacio para 250. Poco a poco hemos ido creciendo”.

La plantilla de personal también aumentó: comenzaron con 15 empleados y actualmente cuentan con 40.

El restaurante abre desde las siete de la mañana hasta las cuatro o cinco de la tarde. Ofrecen desayunos y comidas, incluyendo mariscos de barra fría y caliente. La meta es crecer para poder atender hasta 350 comensales al mismo tiempo.

Un sueño que sigue creciendo

Y la historia aún no termina. El Imalazo busca llevar el sazón de Imala más allá de Sinaloa, expandiéndose a nivel nacional mediante un esquema de franquicias.

En el corto plazo, el plan inmediato es abrir una nueva sucursal en Culiacán.

Todo, sin dejar de soñar con que algún día, de las brasas que aún permanecen encendidas en aquella hornilla de Imala, resurja nuevamente El Imalazo original.